Clama a mí y yo te responderé

clama a mi y yo te responderé

En mis tiempos de secundaria una de las grandes frustraciones de mi vida era poder comunicarme con mi mamá. La línea telefónica a la cual ella estaba adscrita funcionaba pésimamente, y eso ocasionaba que tuviera que llamarla unas 25 veces antes de recibir respuesta.

Las cosas no han mejorado demasiado recientemente. No olvidaré algo que sucedió hace poco más de un año.

Se aproximaba un fin de semana feriado en la universidad, y decidí aprovechar la ocasión para viajar y visitar a la familia. Pocos minutos antes de cruzar el puente Rafael Urdaneta, me comuniqué con ella y le avisé que faltaba poco para llegar.

Cuando arribé al terminal de pasajeros, me posicioné en un sitio estratégico para esperar ver entrar el vehículo de mis padres. Pero el tiempo comenzó a pasar… y pasar… No había luz en ese sector de la ciudad, y cada vez el terminal se quedaba más solo.

Llamaba a mi mamá y no había respuesta. Llamaba a una señora amiga que vive no muy lejos de donde estaba, y nada. Finalmente, como a las 9:00pm ‒¡casi 3 horas después de mi llegada!‒ apareció el auto. ¡Aleluya!

Cuando leo Jeremías 33:3 “Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”, pienso en aquellos tiempos (pasados y no tan pasados) donde, aunque clamaba y sacudía el teléfono ansiosamente, no había respuesta. Yo llamaba, pero nadie contestaba.

Jeremías no estaba en una mejor situación que yo, realmente. 

Se encontraba todavía preso en el patio de la cárcel, buena parte de su pueblo ya había sido llevado cautivo y Nabucodonosor sitiaba nuevamente la ciudad. Las autoridades actuales no tenían la menor intención de doblegar su orgullo y prestar oído a la voz de Dios; todo parecía indicar que Dios le había llamado a un ministerio de fracaso. 

Y aun en medio de la sensación de chasco del profeta, en el capítulo 32 Dios le pide que compre una heredad como representación de su promesa de hacer retornar a su pueblo del cautiverio. ¡Qué descarado, Dios!

Justo después de cumplir con el mandato Divino Jeremías ora (Jeremías 32:16-25). Y en su oración puedo percibir la lucha que experimentaba: «Dios, tú eres sabio y poderoso, lo entiendo. Todo este mal ha sobrevenido al pueblo por su desobediencia. PERO, estando esta ciudad al borde de la destrucción, ¿cómo me pides que compre una heredad?» (Jeremías 32:25).

A continuación Dios da una respuesta contundente y una promesa excelsa que comienza con las palabras “¿acaso hay algo que sea difícil para mí”? (v. 27) y asegura que, a pesar del castigo, Judá retornará a su tierra con un nuevo corazón y un pacto eterno. 

El capítulo siguiente registra palabras todavía más sublimes, llegando el lenguaje poético a un clímax precioso que devela la profundidad del amor Divino para con Israel (33:4-26).

En medio de la circunstancia más desoladora de su historia, Dios le presenta a Jeremías un panorama espléndido. El contexto explica esas “cosas grandes y ocultas que tú no conoces”, pero que Dios promete mostrar como respuesta al clamor. 

Cuando el profeta alza su voz sin poder entender la solicitud «irracional» de Dios del capítulo 32, el Eterno le abre un panorama magnífico e incomprensible. Sus planes constantemente parecen incomprensibles, es verdad… pero son perfectos, mucho más grandes de lo que podemos soñar o imaginar.

Probablemente alguna vez hayas sentido que llamas a la puerta de Dios y nadie escucha. Miras al cielo, y no observas el más mínimo movimiento. A su vez, todo alrededor está saliendo tan mal. Estás allí, repicando de emergencia al teléfono de Dios, y sólo suena la contestadora. El buzón.

Mira, Dios no ha demandado que practiquemos una fría formalidad delante de Él que simule una actitud de “todo está bien”; cuando no es así. Sé franco con Dios, clama a Él, sé sincero cuando no te dan las cuentas, ¡ha prometido que no quedaremos sin respuesta!

El teléfono de Dios nunca está descolgado o sin señal. Cuando persistimos en clamar, reconociendo a Dios como soberano aunque no entendemos lo que está haciendo, la respuesta puede sorprendernos, puede ser inimaginable.