La ayuda de Dios: ¿Dios sabe cuándo necesito ayuda?

Y allí estaba yo… acostado en la cama de mi habitación retorciéndome de un lado para otro. En medio de la circunstancia más dolorosa y desesperante que me ha tocado vivir, recuerdo que mis labios murmuraban incesantemente “¡ayuda, Dios, por favor!”, “No puedo, Padre. No puedo. Por favor, misericordia. Calma esto ya”. 

La madrugada de ese jueves no se presentó nada fuera de lo común, en la mañana me había levantado fresco y animado, como cualquier otro día. Estuve repasando por unos treinta minutos el contenido de las dos evaluaciones que me tocaba presentar en escasas horas, dado que era el último día del semestre. 

Estaba emocionado, pues después de 4 largos meses estaría viajando nuevamente a casa con mi familia, y vería otra vez a mi novia. ¡Sentía que no podía esperar! Pero nunca imaginé lo que sucedería a continuación.

Mientras presentaba la primera evaluación, empecé a sentir una incomodidad en mi cuerpo que iba en crescendo. Al tornarse esa incomodidad en un dolor agudo, como pude me levanté, pedí permiso al profesor y me retiré casi cojeando del salón. Sin embargo, cuando por fin estuve nuevamente acostado en mi habitación no recibí el alivio que esperaba. Todo lo contrario.

Pasó el tiempo y el dolor persistía. Pensaba en mi condición, en mis exámenes, en mi viaje, y no podía entender la causa de todo eso. Allí acostado, solo podía martillar mi conciencia inquiriendo si Dios, al menos, tenía idea de lo que me estaba pasando. 

¿Lo sabemos nosotros?

No me agrada mucho que me respondan una pregunta con otra, pero no puedo evitar sentir curiosidad. ¿Sabemos en realidad nosotros mismos cuando necesitamos ayuda? Es muy cierto que cuando se está en el hoyo, resulta casi imposible al ser humano mirar más allá de su condición. La atención se concentra en el problema, y por ende, las responsabilidades y aún las necesidades quedan opacadas. Solo existe y solo importa el problema. Por ende, podría parecerte un tanto ilógica la pregunta.

Pero, ¿Te ha sucedido que el problema que tenías era diferente de lo que pensabas? ¿Te ha pasado que la ayuda que creías necesitar no era realmente lo que te hacía falta? Me pregunto seriamente si nosotros mismos sabemos cuándo necesitamos ayuda y de qué clase. 

Aquel día yo tuve que quedarme en la universidad. Después de tomar medicamentos y descansar esa noche, reuní fuerzas, y motivado por el deseo de estar lo antes posible de vuelta en el hogar, emprendí un viaje de 10 horas arriesgándome a todo. 

En el camino, aparte de la ansiedad por temor a que el dolor se intensificara, pasaban por mi mente 3 o 4 ocasiones en las cuales yo había sido advertido del mal  que podía sobrevenirme. Reflexionaba en que quizás Dios permitió esos eventos para llamar mi atención. Habían sido a penas pequeñas señales, problemas menores, atisbos, pero yo pensé que no era urgente, y mucho menos que necesitaba ayuda

Aunque llegué a mi casa sin problemas, el sábado el dolor reapareció y el domingo tuve que ser operado. ¿Sabes? Ese día, humillado, pedí perdón a Dios. Había dudado de su cuidado por mí cuando estaba sufriendo. Y ahora tuve que reconocer que él sabía de mi problema antes que yo, intentó cuidarme de él, y yo no se lo permití. No tenía idea que  necesitaba ayuda

La niña de sus ojos

Es posible que muchas veces no sepamos que necesitamos ayuda, pero está claro que en otras muchas ocasiones sí lo sabemos. Aunque, en realidad, no tengamos muy claro qué clase de ayuda es la que precisamos.  Pero, antes de preguntarnos si Dios está consciente de eso, quisiera tomarme el atrevimiento de responder una pregunta distinta, pero necesaria: ¿Qué somos nosotros para Dios? 

Las repercusiones de esta interrogante previa con respecto al tema que nos aboca en este artículo son de gran magnitud, y un simple experimento bastará para demostrarlo. 

Quisiera que pongas en tu mente dos rostros: En primer lugar, el de una persona sumamente importante para ti; y en segundo lugar, el de una persona no tan importante. ¿Listo? Bien. Pregunto, ante una situación difícil ¿Estás igual de presto a socorrer a ambas personas? ¿Sientes la misma solicitud por la una que por la otra? Si bien puede que seas una persona generosa y altruista, dudo que las dos reciban el mismo nivel de atención de tu parte, o tan siquiera en tus pensamientos la relevancia será distinta. 

Por esto, saber qué significamos para Dios es una cuestión de primer orden. Si para él somos tan solo un granito de arena en el universo, tendremos que reconocer que nuestras necesidades probablemente se encuentran detrás de una larga lista de prioridades.

Pero si a sus ojos somos valiosos, preciosos, si somos amados por él e importantes, si somos mucho más que una simple mezcla de elementos orgánicos; entonces tenemos la garantía de que nuestros problemas también le interesan, e incluso, que encabezan su lista de preocupaciones.

Hace poco tiempo, cerca de las 3:00 am estaba yo con unos compañeros realizando unas tareas a última hora. A continuación, uno de ellos colocó una canción que todos habíamos escuchado antes. Pero en esa ocasión, y a esa hora de la mañana, pudimos meditar como nunca antes en lo que su letra decía. Una de las partes que me conmovió rezaba:

¡Perdóname, oh Dios, por no haberte dado el primer lugar!
Por intentar agradar a quien soy para ellos uno más;
Cuando tú con amor escribiste mi nombre antes que yo pudiera respirar,
Y me llamaste “Mi amigo querido, mi niño especial”

Todavía se me paran los pelos al pronunciar las dos líneas finales. Simplemente nunca lo había podido ver así, tangiblemente. Me sentía lleno de una sensación de entrañable amor. ¡Él me ha puesto nombre! ¡Me ha llamado su amigo querido! ¡Soy su niño especial! Una nueva faceta en la manera cómo me relacionaba con Dios se abrió ante mis ojos: Soy su consentido. ¡No lo podía creer!

Y la realidad es que a todos nos cuesta creerlo. Nos es más fácil pensar que Dios está muy lejos de nosotros, “¿Nuestros problemas? Pfff… Dios tiene muchas cosas más importantes que hacer”. Pero, así como una persona importante para ti recibe tu atención, nosotros recibimos la de Dios. 

La Biblia redunda una y otra vez en el inmenso valor que tenemos a sus ojos. He aquí te comparto mi propio Top 7:

“Aunque una madre se olvidara de su hijo, yo nunca me olvidaré de ti”

Isaías 49:14-16

-“Con amor eterno te he amado. Por tanto, te prolongué mi misericordia”

Jeremías 31:3

“Te desposaré conmigo para siempre”

Oseas 2:14-23

“Aún los cabellos de vuestra cabeza están todos contados”

Mateo 10:29-31

“Yo conozco mis ovejas […] y nadie las arrebatará de mi mano”

Juan 10:11, 14-15, 27-29

“Nada nos separará del amor de Cristo”

Romanos 8:35-39

“Mirad cuál amor nos ha dado el padre para que seamos llamados «Hijos de Dios»”

1 Juan 3:1-2

¿Sí lo sabe?

Definitivamente, Dios siempre está atento a nosotros. Es un padre cariñoso hasta lo sumo. No hay nada en el universo que sea más importante para él que nuestra vida. No hay un motivo de alegría, ni una causa de tristeza que pase desapercibido a sus ojos. El Señor sí que sabe cuándo necesitamos su ayuda (1 Pedro 5:7), incluso antes que oremos a él (Mateo 6:32). Y sabe también perfectamente qué clase de ayuda necesitamos (Salmos 40:17). 

La garantía sempiterna de que Dios conoce nuestras perplejidades y está pronto a socorrernos es su amor infinito por sus hijos.

El papel de la oración

Pero hay un asunto todavía inconcluso. Si Dios conoce nuestra necesidad, ¿Para qué oramos? Sería como decirle lo que ya él sabe. Creo que la plegaria es una propuesta maravillosa que tiene muchas funciones diferentes. Pero mencionaremos tres que nos son útiles ahora:

-Oramos, principalmente, para conocer a Dios. Él ansía tener intimidad con nosotros, y es a través de ella que podemos responder a su tierna invitación. Oramos para compartir lo que somos con aquel que tanto nos ama. Cuando le hablamos, sabemos que nos escucha con atención y nos responde; porque somos valiosos para él.

-Dispuso Dios la oración porque en ella podemos verlo como el centro de nuestra existencia. Somos despojados del egoísmo en la oración sincera. Cesamos nuestros propios vanos esfuerzos por poner toda nuestra vida en orden, y libremente la rendimos a él, confiando que en sus manos estaremos seguros. En ella nuestras necesidades se empequeñecen cuando intercedemos por las de los demás. En la oración recibimos paz, por la seguridad de que alguien más grande que nosotros está a cargo de todo.

-Dios en ocasiones nos da en respuesta a la oración, cosas que no nos daría si no eligiéramos orar y perseverar en el ruego. ¿Por qué? Bueno, imagina que estás escaso de dinero y alimento; sales a la calle, y andando por allí te encuentras un billete de elevada denominación en el piso. Podrías considerarlo simplemente un hecho natural. Pero, ¿Cuánta no sería tu gratitud si hubieras orado a Dios esa mañana por provisión? Por eso Dios espera que le pidamos, porque al ver sus respuestas milagrosas a nuestros ruegos, la confianza y el amor por él crece.

Por tanto, no dudes en contar a Dios todas tus necesidades en oración (Filipenses 4:6). Porque aunque él ya las conocía incluso antes que tú llegaras a verlas, se deleita en escucharte y hacerte sentir su comprensión. Hay una mano fuerte que está preparada para sacarnos del hoyo; y mejor aún, es la mano de un Padre que nos ama desde y hasta la eternidad.