Unidos en Cristo – La prueba más convincente

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Versículo para memorizar. Juan 11:51-52. “Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año,
profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”.

Al aceptar la salvación ofrecida en la cruz nos unimos a Cristo en un pacto. El hombre es reconciliado con Dios y con los hombres. Las vidas son transformadas. Los creyentes se unen, dejando aparte sus diferencias, para cumplir una misión común.

BAJO LA CRUZ DE JESÚS.

“de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:10).

La muerte y resurrección de Jesús nos proporcionan salvación. Al aceptarla, cada uno de nosotros se une a Cristo. Al estar unidos a un Salvador común, se cumple un segundo propósito del plan de Salvación: “congregar en uno a los hijos de Dios” (Juan 11:52). Cuando aceptamos públicamente a Jesús mediante el bautismo, creamos un vínculo de unión con nuestros hermanos y hermanas. “Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:5-6).

EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN.

“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2ª de Corintios 5:18).

La muerte de Jesús derribó el muro de separación existente entre judíos y gentiles, reconciliando a los dos pueblos en uno solo (Efesios 2:13-16). Dado que el plan de Dios es unir a todos los hijos de Dios, el ministerio de la reconciliación tiene tres facetas:

• Reconciliación con Dios. Inicialmente alejados de Dios, fuimos reconciliados con Él por la obra de Espíritu Santo.
• Reconciliación con nuestros hermanos. La paz y la armonía entre nosotros son testimonio de nuestra unión con Cristo.
• Reconciliación universal. Somos llamados a invitar a otros a reconciliarse con Dios.

En la medida en que la iglesia cultive la unidad y la reconciliación, el universo verá la obra de la sabiduría eterna de Dios (Efesios 3:8-11).

LA UNIDAD PRÁCTICA.

“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1ª de Juan 2:6).

Aceptar a Jesús no es un asentimiento meramente intelectual. Produce cambios prácticos en nuestra vida. Nuestros sentimientos y actitudes cambian, y se refuerza la unidad con los demás. El testimonio más poderoso para el mundo es el de una vida transformada por el poder del Espíritu Santo (1ª de Pedro 2:11-12). En Efesios 4:25-5:2, Colosenses 3:1-17, Mateo 7:12, Gálatas 6:2, 1ª de Pedro 3:3-4 y 1ª de Corintios 10:31 (entre otros), podemos ver cómo es transformada la vida del creyente.

UNIDAD EN MEDIO DE LA DIVERSIDAD.

“El que le da importancia especial a cierto día, lo hace para el Señor. El que come de todo, come para el Señor, y lo demuestra dándole gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se abstiene, y también da gracias a Dios” (Romanos 14:6 NVI).

En Romanos 14 y 15, Pablo aborda cuestiones que estaban dividiendo profundamente a la iglesia de Roma. Éstas eran cuestiones relacionadas con prácticas, costumbres y problemas de conciencia. Por ejemplo, observancia de festividades, días de ayuno, abstinencia de alimentos sacrificados a ídolos, etc. Al no ser temas que afecten a la salvación, Pablo aconseja tolerancia por ambas partes. Seguir en la actualidad este sabio consejo redundará, como entonces, en la unidad del pueblo de Dios.

LA UNIDAD EN LA MISIÓN.

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1)

Hasta pocos días antes de Pentecostés, los discípulos buscaban la primacía sobre los demás (Lucas 22:24). Pero, para cumplir la misión que Jesús les había dado (Hechos 1:8), debían dejar atrás estos pensamientos y buscar la unidad. ¿Cómo conseguirlo? Acercándose a Dios en oración y ruego, se pedían perdón unos a otros. Dejaron de echarse en cara sus errores. Nadie acusaba a Pedro por su negación, a Jacobo y Juan por su egoísmo, o a Tomás por su incredulidad. ¿Cómo podemos aprender a dejar de lado los errores de los demás, en beneficio de la causa mayor de cumplir la misión que Dios nos ha dado?

Nota de EGW: “Cuando el pueblo de Dios crea sin reservas en la oración de Cristo y ponga sus instrucciones en práctica en la vida diaria, habrá unidad de acción en nuestras filas. Un hermano se sentirá unido al otro por las cadenas del amor de Cristo. Sólo el Espíritu de Dios puede realizar esta unidad. El que se santificó a sí mismo puede santificar a sus discípulos. Unidos con él, estarán unidos unos a otros en la fe más santa. Cuando luchemos para obtener esta unidad como Dios desea que luchemos, nos será concedida” (Consejos para la iglesia, pg. 79).

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