Unidos en Cristo – Cuando surgen los conflictos

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Versículo para memorizar. Gálatas 6:27-28. “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis
revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Uno de los mayores peligros para la unidad son los conflictos internos. La iglesia primitiva enfrentó este tipo de conflictos que amenazaban su unidad. Lejos de provocar una ruptura, la forma en que los trataron y los resolvieron desembocó en una mayor unidad y en una mayor extensión del Evangelio.

PREJUICIOS ÉTNICOS.

“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria” (Hechos 6:1).

La iglesia tenía todos los bienes en común y atendía a cada uno según su necesidad, de manera que no había entre ellos ningún necesitado (Hechos 4:32-34). Sin embargo, con el tiempo comenzaron a surgir conflictos. Un grupo de personas (concretamente, los judíos de ascendencia griega) tuvieron la sensación de ser peor atendidos que los nativos de Judea (hebreos). Este aparente favoritismo obligó a los apóstoles a tomar medidas al respecto. Entonces observaron que, si se dedicaban a resolver asuntos de esta índole, su trabajo evangelístico quedaría gravemente mermado.

“Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo” (Hechos 6:3).

Los doce convocaron una reunión con la iglesia y propusieron una solución: dividir el trabajo en dos equipos (el Ministerio de la Palabra y el Ministerio de las Mesas). La iglesia propuso siete hombres “de buen testimonio” para que supervisasen el reparto de los alimentos (curiosamente, todos de ascendencia griega). Esto evitaba los favoritismos e involucraba a más personas en el servicio de la iglesia. La solución se basó en estas premisas.

LA CONVERSIÓN DE LOS GENTILES.

“Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos 11:2-3).

La iglesia pensaba que Israel era el único pueblo al que Dios le ofrecía la salvación. Cualquier persona de otra cultura estaba excluida de la salvación, a no ser que se hiciese judío. Incluso se negaban a relacionarse con gentiles. Dios tuvo que intervenir a través de una visión para convencer a Pedro de que, por lo menos, estuviese dispuesto a entrar en la casa de un gentil.
En opinión de los hermanos de Jerusalén, Pedro debía ser reconvenido por este “pecado”.

EL ESPÍRITU LOS GUÍA.

“Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?” (Hechos 10:47).

Una segunda intervención divina convenció a Pedro para aceptar en la iglesia a Cornelio y su familia por medio del bautismo (aunque no habían sido circuncidados y, por tanto, no eran israelitas). Pero la iglesia todavía no estaba preparada para recibir a gentiles en su seno. Así que Pedro tuvo que explicar detalladamente lo ocurrido ante el resto de dirigentes. En esta ocasión, la solución se basó en:

• La intervención directa del Espíritu Santo.
• El humilde sometimiento de los dirigentes a la dirección del Espíritu Santo.

EL CONCILIO DE JERUSALÉN.

“Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15:1).

Surgió una nueva diferencia, arraigada en las diferencias culturales que vimos previamente: la doctrina de la circuncisión. ¿Era necesaria la circuncisión física para alcanzar la salvación, o bastaba con la circuncisión del corazón (la conversión)? Reunidos en asamblea, los judaizantes defendían su postura con textos bíblicos bien fundamentados. Pedro, por su parte, aludió a su experiencia con Cornelio. Pablo y Bernabé defendían su postura relatando las maravillas que Dios hacía entre los gentiles.

“Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (Hechos 15:28).

La iglesia necesitaba un cambio de paradigma. Acabar con siglos de tradición, y realizar una nueva lectura de los textos sagrados bajo la dirección del Espíritu Santo. Este era un problema difícil, de difícil solución. La salvación debía alcanzar a todos, sin excepción. Al leer de nuevo las Escrituras bajo esta perspectiva, descubrieron nuevas verdades. Los pasos que se siguieron para encontrar una solución fueron:

• Se convocaron a los dirigentes eclesiásticos.
• Se dio oportunidad a todos para exponer sus puntos de vista.
• Se buscó la dirección del Espíritu Santo a través de la Biblia.
• Se dejó constancia por escrito de la decisión tomada.

UNA SOLUCIÓN DIFÍCIL.

Los graves conflictos que se suscitaron en la iglesia primitiva fueron afrontados con una mentalidad de amor, unidad y confianza, y con un sometimiento pleno a la Palabra de Dios y a la dirección del Espíritu Santo. ¿Cuáles son las pautas que podemos aprender de su experiencia que nos ayudarán a afrontar los problemas de la iglesia en el siglo XXI?

• Reconocer abiertamente los problemas y afrontarlos con prontitud.
• Designar a una o más personas para buscar una solución al problema.
• Escuchar las opiniones de todos los involucrados.
• Estudiar la Biblia con la intención de buscar una solución.
• Buscar y presentar evidencias de la conducción divina.
• Comunicar a la iglesia la decisión tomada, junto a los motivos que la justifican.

Nota de EGW: “Si un hermano está enseñando el error, los que ocupan puestos de responsabilidad debieran saberlo; y si está enseñando verdad, deben ponerse resueltamente de su lado. Todos nosotros debemos saber lo que se enseña en nuestro medio, pues si es la verdad, necesitamos conocerla. El maestro de la escuela sabática necesita conocerla, y todo alumno de la escuela sabática, debería comprenderla. Todos tenemos la obligación hacia Dios de comprender lo que él nos envía… no estéis tan llenos de prejuicio que no podáis aceptar un punto, sencillamente porque no concuerda con vuestras ideas” (Testimonios para los ministros, pg. 110).

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