Servir a los necesitados- Creó Dios

 

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Versículo para memorizar. Proverbios 14:31. “El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; mas el que tiene misericordia del pobre, lo honra”.

Dios creó un mundo bueno y completo, y estableció que los seres humanos, creados a su imagen, cultivaran y cuidaran su creación. Aunque el pecado rompió las relaciones que Dios originalmente quería tener con nosotros, todavía tenemos un papel que desempeñar como mayordomos de la bondad de la creación y como guardianes de nuestros semejantes. Cumplir con este rol es una de las maneras en que podemos honrar a Dios como nuestro Creador.

DIOS: UNA VISLUMBRE DE LA CREACIÓN

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).

En la Creación, podemos ver diversas características de Dios:

• Dios poderoso: Ordenó con su voz, y cada cosa fue creada perfecta. (Génesis 1:3, 6, 9, 11, 14, 20, 24; Salmo 29).
• Dios comprometido: No creó a la distancia, sino que se acercó a su Creación, le habló y le tocó. (Génesis 1:28-30; 2:7).
• Dios de orden: No creó al azar. Cada acto creativo preparaba el próximo, hasta su culminación perfecta. (Job 34:13).
• Dios creativo: No hizo todo igual, del mismo color o forma, sino “según su especie”. Cada ser vivo diferente del resto. (Génesis 1:21, 24).
• Dios de relaciones: Puso al hombre en relación con los demás seres vivos. Y Él mismo “se paseaba en el huerto”. (Génesis 1:28; 3:8).

¿Qué vislumbres podemos ver aún hoy de Dios a través de su Creación (Salmo 19)?

UN MUNDO COMPLETO

“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto” (Génesis 1:31).

Mientras creaba, Dios echaba un vistazo a su obra, y constataba que lo que había creado “era bueno” (Génesis 1:10, 12, 18, 21, 25). Cuando terminó su obra de creación, echó un último vistazo, y confirmó que lo que había creado “era bueno en gran manera”. Dios se sintió satisfecho con su obra. Todo era hermoso y funcional, exquisitamente diseñado, práctico, lleno de vida y color. ¿Y para quién había preparado todo esto? Tú y yo somos los destinatarios de este gran regalo. Aún después de miles de años de degradación, podemos contemplar sus maravillas y exclamar: ¡Cuán grande es Dios!

MAYORDOMOS DE LA TIERRA

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15).

Para cuidar de su Creación, Dios la confió al mayordomo perfecto: el ser humano (hombre y mujer). Los colocó como señores y cuidadores de los animales y de la naturaleza (Génesis 1:28; 2:15). A la vez que se beneficiaban y disfrutaban del regalo que Dios les había hecho, Adán y Eva debían preocuparse por aquellos que dependían ahora de ellos. El pecado no acabó con la responsabilidad del ser humano hacia la Creación. Hemos heredado la responsabilidad de seguir señoreando y cuidando de los animales y de la naturaleza.

UN MUNDO DESTROZADO

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo” (Génesis 3:17-18).

A diferencia del resto de la Creación, Dios dotó a Adán y a Eva de capacidad moral para tomar decisiones y, así, poderse relacionar con ellos libremente. Esta misma capacidad la otorgó también a otros seres, como los ángeles. Lucifer usó esta cualidad para rebelarse contra Dios, y quiso extender esa rebelión al mundo recién creado. Cuando Adán y Eva aceptaron las insinuaciones satánicas, rompieron su relación con Dios, entre ellos mismos, con los animales y con la naturaleza (Génesis 3:8, 12, 18; 9:2).

LA TRAMA FAMILIAR DE LA HUMANIDAD

“Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9).

Sí, Caín debería haber cuidado de su hermano. Pero los celos y la ira le llevaron a cometer el primer fratricidio. Dios ha creado a todos los seres humanos (Job 10:8-12). Todos ellos son criaturas de Dios, y merecen nuestro cuidado y respeto. Todos ellos tienen derecho a conocer el amor que Dios les tiene, el sacrificio que hizo por ellos, y la herencia que les tiene reservada.
En la Biblia encontramos muchas referencias a Dios como Creador. Como tal, tiene derechos sobre nosotros. Nos pide que lo adoremos recordando su creación (Éxodo 20:11). También nos pide que nos preocupemos de sus criaturas. Sí, yo soy guarda de mi hermano.

Nota de EGW: “Hermanos y hermanas en la fe, ¿surge en vuestro corazón la pregunta, “¿Soy yo guarda de mi hermano?” Si pretendéis ser hijos de Dios, sois guardas de vuestros hermanos. El Señor tiene a la iglesia por responsable de las almas de aquellos que podrían ser los medios de salvación. El Salvador dio su preciosa vida para establecer una iglesia capaz de asistir a los que sufren, a los tristes, y a los tentados. Una agrupación de creyentes puede ser pobre, inculta, y desconocida; sin embargo, en Cristo puede realizar una obra en el hogar, en la comunidad, y aun en “tierras lejanas”, cuyos resultados alcanzarán hasta la eternidad” (Servicio cristiano, pg. 19).

Nota de EGW: ““Las cosas de la creación que miramos hoy nos dan un concepto leve de la belleza y la gloria del Edén. Pero, a pesar de todo, queda mucho que es bello. La naturaleza testifica que Uno que tiene poder infinito, que es grande en bondad, misericordia y amor, creó la tierra y la hinchió de vida y felicidad. Aun en su estado imperfecto, todas las cosas revelan la obra de las manos del gran Artista Maestro. Aunque el pecado ha dañado la forma y la belleza de las cosas de la naturaleza, aunque sobre ellas se puedan ver indicios de la obra del príncipe de la potestad del aire, aun así, nos hablan de Dios. En las zarzas, los cardos, los espinos, y en la cizaña podemos leer la ley de condenación; pero de la belleza de las cosas naturales, y de su maravillosa adaptación a nuestras necesidades y dicha, podemos aprender que Dios todavía nos ama, que aún manifiesta su misericordia al mundo” (Testimonios para la iglesia, tomo 8, pg. 267)

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